A veces las cosas que percibimos en el mundo son menos anecdotarias y más paradójicas de lo que parecen.
Recuerdo como en una ocasión escuché decir a un sacerdote, hablando sobre los Ejercicios Espirituales Ignacianos, que San Ignacio de Loyola hablaba de que la única posibilidad de orar en el interior de una catedral era de manera contemplativa, ya que la existencia de tanta belleza y de los ornamentos de ésta eran tantos, que los estímulos eran demasiado abundantes como para poderse concentrar en la oración más íntima y profundamente interior.
El caso es que contemplando una de las maravillosas fachadas externas de la Catedral de Sevilla me sorprendió un cartel que colgaba de ella. Sobre todo por el contraste tanto en lo relativo a los estilos artísticos de la majestuosa "Giralda" y del cartel, como al mensaje de esta organización institucionalmente eclesiástica (de lo más positivo que existe institucionalizado, en mi opinión; pero dejaré este tema para el momento de exclusiva importancia que se merezca)
Cuál fue mi sorpresa cuando en una ínfima parte de aquella imagen que tanto reflejaba, que tan crítico mensaje proyectaba, o al menos a mí me llegaba, que tantas conciencias querría remover, apareció la incoherencia, la paradoja, la sorpresa, la… la excusa perfecta para realizar una foto, porque mi capacidad interpretativa en aquel momento no daba para más.
Simplemente eso. Pongo la secuencia de imágenes. La secuencia de mensajes. Toda la cantidad de información que en pocos minutos cambiaba de razones sin comprender muy bien qué tenía que ver una cosa con la otra y la de más allá con… Sevilla, por ejemplo. Cada uno que piense lo que quiera, y quien quiera que se quede con la anécdota.
Sevilla tiene un color especial y les aseguro que allí pueden suceder cosas maravillosas.
¿De la imagen? me quedo con la original, con la primera, con el cartel en blanco y negro, con su mensaje; ya que me gustó crítica, social, profunda y artísticamente.