miércoles, 9 de julio de 2008

De lo espiritual en el arte

En ocasiones tengo la mala costumbre de dejarme llevar por la vorágine de vivir en una gran ciudad y se me olvida a menudo la belleza de lo pequeño, de lo sencillo, de lo breve, de lo silencioso, de lo espontáneo, del esfuerzo más inverosímil y de lo que acostumbro a no hacer verosímil cuando lo tengo al alcance de la mano.
Eso es lo que me ha sucedido, y lo que he disfrutado en la última semana. Porque para disfrutar de un sencillo y humilde arte románico no hace falta buscar las más conocidas obras maestras de este estilo, del cual tenemos la gran suerte de poder disfrutar en España.

Si pasáis de camino al Pirineo, si os perdéis por secos paisajes oscenses, si vuestros pasos os llevan por esas tierras por el motivo que sea, no os olvidéis de pasar por Peralta de la Sal para que el acceso sea directo a la ermita de Vilet camino de Gabasa, donde la espiritualidad surge de forma espontánea;



A la ermita de San Bartolomé en el alto y vigía pueblo de Calasanz donde los atardeceres os recordarán que a las personas que queréis mucho se las puede querer muchísimo más;




A Gabasa donde su Iglesia parroquial San Martín
será la introducción perfecta para llegar hasta uno de esos barrancos
que nadie diría que existiría, ni que en él se derrollachara vida en forma de frondosidad y agua, a juzgar por lo diferente del entorno que le rodea.



En fin, que me vuelvo con la sorpresa, con el alma tranquila, con el mens sana in corpore sano, ya que no hay nada como llegar hasta estos sitios a pie y al ritmo de la carrera, comenzando el día con la certeza de que un nuevo madrugón no sólo podrá existir sino que es deseado, para disfrutar de la falta de sueño con la pasión de quien disfruta lo cosechado. En este caso divisando desde lo alto del Castillo de la Mora lo conseguido, que nunca será más que lo realizado.