En los viajes siempre ocurren anecdotillas de esas con las que bombardeas a los amigos a la vuelta. A veces porque no han estado en el destino del que vuelves y otras porque si han estado requiere que no les aburras con algo que ya conocen.
Algo parecido es lo que ocurre con las fotos, sobre todo cuando viajas con una cámara reflex digital por cabeza. Por mucho que seas todo un experto en tomar magníficas instantáneas, no consiste en aburrir al personal con 500 fotografías y sus correspondientes comentarios, que para el que lo ha vivido tienen mucho sentido pero para el que lo recibe es un suplicio aguantado, en el mejor y más educado de los casos, con un admirable estoicismo acompañado de una amplia sonrisa.
Una de esas anecdotillas viajeras que se repite en multitud de viajes, sobre todo sin son a lugares en los que el arte tiene cabida, es ver como los turistas se agolpan delante de un cuadro y su guía realiza "la clase, su clase, magistral". Esta persona suele, con mayor o menor didáctica, oratoria y gracia personal, soltar su discurso cultural casi sin respirar, para finalizar con un "si no hay preguntas continuamos que hay mucho que ver", mientras camina ya hacia la siguiente obra.
La verdad es que los hay de diferentes características y posibles combinaciones y permutaciones tomadas de tanto en tanto: grandes oradores sin mucha gracia, graciosos oradores sin mucho contenido, maravillosos profesionales del sector, etc. Pero siempre me quedo con la misma sensación cuando me arrimo "ilegalmente" a alguno (ya que no suele ser mi modelo de viaje) y es que me pierdo algo al contemplar aquella obra artística.
Llámenme romántica pero es que le doy mucha importancia a lo que creo que tiene mucho valor. Y para mí,
Soy de las que prefiere llevar una guía en la mano que leer, o no; soy de las que se informa, aunque sin pasarse, para dejar espacio a la sorpresa; soy de las que, a veces, incluso, dejo la información para después de haberlo visto. Pero sobre todo soy de las que se queda mirando, escuchando y/o percibiendo lo que le llega. En fin, gusto, interés o sensibilidad personal, no sé bien, pero prefiero que los trabajadores de un museo manden guardar silencio (ojalá no tuvieran que hacerlo) para que cada uno pueda disfrutar de lo que ha elegido consumir.el silencio en el arte es importantísimo y valiosísimo.
Esta reflexión me lleva a pensar que las anecdotillas y las fotografías deberían jugar un papel parecido, al igual que nuestros blogs. Cada uno consume lo que demanda y le apetece, para que cuando le aburra o no le guste decida cambiar a otro; o simplemente guardar silencio.
Quizá la cuestión pase porque no nos gusta, no sabemos, no estamos acostumbrados... a hacer silencio. Quizá con el silencio prefiramos no jugar, no correr la suerte de poder pensar en cosas maravillosas, esas que el ruido no nos permite generalmente.
Os dejo una propuesta, que me han recomendado, para estos últimos días de agosto y primeros de septiembre, en Madrid:
Annie Leibovitz. Vida de un fotógrafo, 1990-2005 (PHE09)
Sala Alcalá 31.
Sala Alcalá 31.
Ya les contaré, o simplemente... guardaré silencio.