Como dije, el siguiente encuentro versaría sobre sueños expresados entre el lápiz y el papel que componen un cuento.
Esto, quizá, sea lo más reciente que he escrito con un comienzo, un desarrollo y un final. No es una canción, pero tiene mucho en común con alguna de ellas.
La puerta sonó.
Mario, asustado, se tapó con el edredón dejando solamente sus ojos al descubierto.
- Mario, deja de jugar o llegaremos tarde al colegio, - dijo su madre entre cariñosa y apresurada.
- ¿Se han ido ya los dragones verdes? - Preguntó Mario.
- Te lo he dicho muchas veces, no hagas caso de las historias de tu hermano, los dragones verdes no existen… - ¿Y los rojos? - Añadió.
Mario era un niño de ojos saltones pero relajada mirada, su aire despistado dejaba entrever la enorme fantasía que manejaba en cada momento. Tenía apariencia de ensoñador pero eso sólo significaba una cosa: le encantaba soñar despierto.
Esa misma mañana le preguntó a su madre:
- Mamá, ¿por qué las personas no podemos volar? - Esa era una de las preguntas más sencillas que Mario le había hecho hasta el momento.
- Sencillo hijo, las personas no tenemos alas.
- Mamá, y nadar, ¿por qué las personas no podemos nadar?
- Mario, ayer tuviste clase de natación, las personas sí podemos nadar.
- No mamá, no me refería a nadar así sino nadar como los peces, nadar para vivir, vivir siempre en el agua.
- De nuevo sencillo cariño, las personas no tenemos ni aletas ni branquias para respirar en el agua.
- Mamá…
- ¡¿Qué Mario, qué…?! – Interrumpió impaciente su madre.
- Nada mamá, era una tontería.
Mario no comprendía muy bien la impaciencia de su madre, así que permaneció ensimismado en sus pensamientos un buen rato. - Volar, nadar, caminar… como los Dragones Verdes, - pensaba.
Pasaron los años y con ellos aumentó la curiosidad del ya no tan pequeño Mario. Creció, maduró y fue asimilando todo aquello que de niño admiraba.
Una mañana, como cualquier otra, la puerta volvió a sonar.
Esta vez, desubicado por su sueño, se tapó con el edredón dejando solamente sus ojos al descubierto.
- ¡Mario, arriba, que no llegas a trabajar!
- ¿Se han ido ya los dragones verdes? – Preguntó como cuando era niño.
Por un momento su madre se quedó paralizada.
- ¿Estás despierto Hijo?
- Sí mamá, solamente estaba volviendo a soñar despierto.
Esta vez, su madre le prestó más atención, se sentó en la cama y le preguntó: - ¿Y cuáles son tus sueños hijo mío?
- ¡Sueño con ser un Dragón Verde! - Exclamó.
- ¿Sabes mamá?, estos seres fantásticos y maravillosos pueden volar y divisar desde las alturas el silencio y la grandeza que desde la tierra a veces destrozamos y a veces disfrutamos. Pueden nadar y bucear entre los colores, los olores y la belleza que nos proporciona el mar y sus recuerdos. Y por último, son capaces de caminar por la tierra mirando al frente y sacándole su preciosa lengua roja a todo aquello que no les gusta.
Su madre, entre sorprendida y desconcertada observó a Mario, nunca hasta entonces había visto brillar sus ojos tan intensamente. – Hijo, - le preguntó, - ¿por qué sonríes de esa manera?
Mario contestó: - Sencillo mamá, estaba deseando compartir mis sueños.